EL SILENCIO ES CÓMPLICE

Una vez leí, una vez escuché hace unos años:
—Escribí unas palabras para mis compañeros periodistas: «Hoy vengo a pedirles, más que pedirles, vengo a rogarles que no sigan las instrucciones de sus gobiernos. Que se rehúsen a creer muchas cosas que aprendieron en sus escuelas de periodismo; que no siempre le hagan caso a sus padres y maestros y que no sigan al pie de la letra esos preceptos de lo que se supone ser un reportero "respetable". Hoy vengo a pedirles que desobedezcan, a que desobedezcan a todos. Desobedecer, al fin de cuentas siempre es una transgresión. Y el buen periodismo siempre rompe algo, inevitablemente. Hay que estar siempre del otro lado de los que tienen el poder, y particularmente más cuando esos poderosos abusan de su autoridad. Hay que desobedecer cuando la mayoría de los crímenes quedan en total impunidad. Hay que desobedecer a cualquiera que nos pida a los periodistas lealtad y paciencia. Entiendo el periodismo como un servicio público, ¿y para qué servimos?—servimos para hacer preguntas. Hacer preguntas incómodas, exigir rendición de cuentas—y poner contra la pared a cualquiera que acumule un poquito de autoridad. Si yo no hago las preguntas difíciles, si yo no digo, si yo no hablo, si no alzo la voz, nadie más lo va a hacer—y esa es, creo, la actitud que los periodistas deben asumir. No esperamos palabras amables ni más acceso al futuro. Suele ocurrir que con quienes regresan a las entrevistas que realizamos, no tienen nada qué esconder. Estoy convencido que en casos de racismo, discriminación, corrupción, impunidad, mentiras públicas, violaciones públicas, violaciones a la democracia, a los derechos humanos; nuestra obligación es romper el silencio y cuestionar. La mitad del trabajo es como la de un padre, estar presente—los padres con sus hijos y los reporteros, donde está la noticia. Cuando algún periodista toma un consejo, generalmente, se dice «quiero que tú seas mis ojos, llévame a dónde tú estás». Y en nuestra convulsionada y querida América Latina, donde la democracia y la justicia se pelean con puños y con teclas, nos urgen periodistas que tengan que estar donde tienen que estar, y cuando estén ahí, que desobedezcan, que no le hagan caso a nadie, absolutamente. El periodismo más que una profesión, es una misión. Nunca deja de sorprender, la enorme valentía de los colegas, esos reporteros que reportan sobre narcos en un pueblito, o que se echan a cuestas la tarea de hablar sobre los desaparecidos desde Ayotzinapa hasta Argentina, o los que denuncian a mandatarios y políticos por sus casas blancas o por sus cuentas negras. Me fui de México donde nací porque no quería ser censurado. Mi papá me acuerdo que cuando le dije que quería ser periodista, me dijo «¿Qué vas a hacer con eso?»—Esto papá, esto es lo que iba a hacer. Creo que calculé bien porque he podido decir lo que se me ha dado la gana. Pero otros se quedaron, nos han matado, y lo digo así porque somos una familia—nos han matado a más de ciento nueve periodistas en México desde el año 2000, según la organización artículo 19—y ya van 36 periodistas asesinados en el sexenio de Enrique Peña Nieto. Esta noche, va por los que se quedaron, por los que no huyeron, va por los 780 hermanos periodistas, que de acuerdo con reporteros sin fronteras, nos han matado desde el 2006 al 2016 debido a su profesión en todo el mundo. Este premio va por los que desobedecieron y por los que los mataron por eso. Lo que no saben sus asesinos y lo que no saben los gobernantes que los protegen, es que por cada reportero que nos matan habrá dos, ó tres, ó mil, que van a retomar sus causas, sus reportajes, y sus palabras, porque esta es nuestra promesa con cada uno de ellos. No estamos en el negocio de quedarnos callados. El silencio es cómplice, así que por eso, por favor, desobedezcan.

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