La política decadente.

La política decadente.



El significado que se le ha conferido a la política desde el imaginario colectivo, es de corrupción. 

No es para menos, pues nuestro país se convirtió en uno de los más corruptos a nivel mundial, por el ejercicio del neoliberalismo que defendían a capa y espada los del PRI, los del PAN y los del PRD, que hoy ya se unieron para que regresemos ahí.

Vamos saliendo de ahí.

Entre otras cosas, el movimiento que encabezó López Obrador, triunfó porque había un consenso social en que había que rescatar el oficio político, moralizar la vida pública. Y es que no podemos buscar transitar a mejores escenarios de realización social si no concebimos vivir con valores.

Hoy, nuestros jóvenes viven a merced de los vicios y de la violencia.

Muchos jóvenes están perdiendo su gran etapa por volcarse en estos dos escenarios, que están estrechamente vinculados en un estilo de vida criminal. 

La violencia por eso se ha potenciado en todos los niveles de la sociedad.

Aquí hay un reflejo del fracaso del sistema educativo, de la cultura, de la política.

Los políticos son vistos como unos farsantes, corruptos, ineptos, infames que no sirven para nada, porque durante décadas ejercieron la política como un acto de trepar y morder el poder público para saciar sus carencias individuales y moverse dentro de la representación bajo el miedo, miedo a perder el poder. 

Quien tiene miedo a perder poder, ejerce la violencia. 

Los políticos tienen miedo a perder poder, por eso violentan. Por eso gobiernan intimidando, agrediendo, amenazando. 

¿Cómo vamos a salir de la violencia si quien nos gobierna tiene miedo?

Hoy, buscar participar es un riesgo. 

Participar en política prácticamente te pone bajo la etiqueta de corrupto, abusivo, oportunista, infame, inepto, incapaz, pillo.

La gente no te cree si participas en política, porque la política ha sido pervertida y corrupta. 

Si eres joven, te vaticinan lo peor.

En los pueblos he podido constatar que mucha gente concibe la política como el arte del engaño, quieren incluso usar a candidatos para resguardarse atrás de ellos, no dar la cara y hacer sus actos de pillaje. Al cabo siempre al que crucifican es al que da la cara. Sí, muchos de nuestros políticos han fallado y se han equivocado, pero hay toda una sociedad detrás que les ha cobijado en la corrupción, los han pervertido. 

Como en aquella película de Pinocho. 

Pinocho de pronto, un día, fue asediado por “El honrado Juan” y Gedeón, y convencen a Pinocho de no ir a la escuela y mejor asistir a un espectáculo de marionetas de Strómboli (y a pesar de las objeciones de su conciencia, Pinocho no hace caso). 

“El honrado Juan” vende a Pinocho a Strómboli, y luego vuelve a traficar con Pinocho, vendiéndolo a un cochero que lleva niños tontos a la isla de los juegos para que se conviertan en burros y así vender a estos animales en el mercado. 

En la isla de los juegos, Pinocho se hace amigo de Polilla, un joven criminal, con el que fuma cigarros, puros, toma bebidas alcohólicas, cometen actos de vandalismo, viven sin reglas, sin normas, en el libertinaje total hasta que se convierten en asnos. 

Tal vez esta película me impactó demasiado el inconsciente. 

El hada azul siempre dijo a Pinocho “deja que tu conciencia sea tu guía”. Hoy por hoy, todos queremos tener conciencia para poder servir.

Mucho tiempo me conducí con un riguroso código moral, que llegó a estribar en un comportamiento radical.

Nunca me gustó tomar, ni me gustó el crimen, ni la violencia, ni el libertinaje. Me dediqué a estudiar y a tratar de ser bueno, sincero y generoso, como Pinocho, porque era la única manera de convertirse en un ser de verdad. Pero no fue fácil. Nuestra sociedad presiona a que uno se corrompa; a que tome bebidas alcohólicas cuando no quiere; a que sostenga cualquier actividad criminal cuando uno no quiere. Se requiere valor. Se requiere coraje para ser uno mismo. 

El propio valor aparta a muchos de la sociedad. 

Muchos se burlaban de mí porque escuchaba a Mozart antes de dormir, o porque no me gustaba acudir a las fiestas donde parecía que la misión era beber alcohol. Ni se escuchaba nada, ni podías platicar, y te aturdían los sentidos. 

Mejor estar solo. 

La soledad, es el esplendor de la sol-edad.

La soledad se vuelve un camino, un estilo de vida, porque de pronto la sociedad parece tener la edad de un adolescente y se comporta como tal. 

La sociedad no te cuida para que seas bueno, en cambio, busca siempre corromperte. ¿Qué sociedad es esta?

Este es el resultado que tiene hoy nuestra política, y no solo en el país, en el mundo. 

Al tiempo fui siendo más flexible, convivir, beber alcohol con medida. En un viaje a Cuba fui a unos Viñales, campos de la UNESCO donde me mostraron cómo hacían los puros a mano. Ahí me dieron clases para fumar, remojando el puro en miel que también producían ahí, y me vendieron ron, café, tabaco. 

Aprendí que hay que gozar de todos los placeres, pero no queremos ningún vicio. Que el placer es cuando está al servicio del ser pero cuando el ser está al servicio del placer, se convierte en vicio. 

El placer y el vicio están demarcados por el desapego, y el apego. Cuando vivo las cosas con amor es placer, pero cuando las vivo sin amor, se convierten en vicio. Queremos todos los placeres, pero ningún vicio. 

Apegarse a las cosas, corrompe. 

Porque uno quiere controlar lo que no es. Porque uno quiere ser aquello que no es, se confunde su identidad con la posesión temporal de algo, la creencia de estar en control en el afecto demostrado por alguien más, o por el poder otorgado por alguien más. Vivir sin amor corrompe. Vivir sin dar amor, corrompe. 

Sin amor y con amor: es la gran diferencia de vivir cada experiencia:

Si yo vivo el sexo sin amor, se convierte en adicción;
Si yo vivo el sexo con amor, se convierte en vínculo de intimidad compartida.
Si yo vivo el poder sin amor, se convierte en prepotencia, en dictadura.
Si yo vivo el poder con amor, se convierte en servicio.
Si vivo el dinero sin amor, se convierte en avaricia.
Si yo vivo el dinero con amor, se convierte en abundancia.
Si yo vivo la fama sin amor, se convierte en exhibicionismo,
Si yo vivo la fama con amor, se convierte en inspiración.
Si yo vivo las sensaciones sin amor, se convierten en vicios.
Si las vivo, con amor, se convierten en placer.
Adquiere su sentido cada experiencia a través del sentido, del anhelo de plenitud de ser. A través del amor.

Ahora.

¿Debemos renunciar a la vocación política?

¿Por qué parece haber tanta hipocresía?

Todos los padres quieren lo mejor para sus hijos; y parecieran educarlos en el camino correcto, aconsejando lo mejor, que vivan con valores, que crezcan de la mejor forma. O también, hay padres, que son más flexibles y permiten, ante su propia incapacidad interior de encontrar su propia autoridad, dejar que su descendencia se corrompa, camine por el lado fácil, decepcionado de las circunstancias del mundo, permita que el hijo tome el camino de mayor sufrimiento, el de las equivocaciones, el camino errático, de mayor tiempo por sufrir por no encontrar respuestas ante los grandes cuestionamientos filosóficos que habitan en todo ser humano: ¿Quién soy? ¿Por qué estoy aquí?

  Todos los días buscamos limpiar nuestros cuerpos para servir en nuestra comunidad, en nuestras sociedades. 

También buscamos limpiar nuestros pensamientos, nuestros corazones, nuestra alma. 

Siempre estamos buscando limpiar y vivir en lugares limpios, para vivir en paz, con armonía. ¿Por qué no vamos a limpiar la política de la suciedad, de la contaminación, de la corrupción?

Somos seres gregarios, vivimos en sociedad y nuestros acuerdos se hacen justamente a través del oficio político. No podemos renunciar. 

Renunciar es renunciar a nuestra ciudad, al bienestar de nuestras familias y de aquellos a los que queremos. 

Tenemos una responsabilidad como sociedad, como especie, de crecer conjuntamente en conciencia.



Ayudemos a elevar la calidad de vida de nuestros semejantes y dejemos un mundo mejor del que encontramos.




Erick Xavier Huerta



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