La política, hasta en la sopa.
La política, hasta en la sopa.
G. Saúl García Cornejo
Hoy, sábado que escribo estas líneas, que espero sean del interés de mis estimados lectores –sin importar condición, género, creencias, ideología-, intento de nuevo, ser imparcial, aunque sí con el sentido ciudadano, me había propuesto no tratar temas partidistas. En fin.
Vi en las calles del centro de Celaya, un cúmulo de personas, la mayoría de la tercera edad y, aparentemente, es decir, a la vista, su notoria precariedad, al mismo tiempo que su cansancio, fastidio y, claro, un tanto o relativamente insolados. Y no fue difícil, imaginar que fueron forzados, por su propia circunstancia envuelta con la famosa “esperanza”: No perder los apoyos que reciben de manera periódica, sin entrar por ahora sobre la pertinencia útil para abatir, esa precariedad inocultable.
Verlos deambular –a esas personas dichas- me dio tristeza. Y ese sentimiento, trajo otros a mi mente. Cayendo en la realidad: El engaño y demagogia vertida con toda naturalidad, por candidatos inefables, inflados por sus propias mentiras, sus elocuentes falacias, llevando y trayendo bajo los inclementes rayos solares, a todas esas personas con la supina idea de que si no quedan, esos disque políticos (Ahora del género femenino), perderán los mendrugos que, finalmente, para ellos significa algo, por mínimo, pero, al fin un apoyo que no habían visto jamás. Sin ver, ni pensar en los millones de pesos que se gastan esas candidatas en sus campañas, mientras, ellos, esos “apoyadores” no saben qué pasará en sus vidas económicas, en un futuro inmediato, ya sin decir en otras situaciones.
¿Por qué nos gusta el sufrimiento? Es el miedo, el desconocimiento de nuestros derechos civiles, la ignorancia sobre que sí es posible castigar al político ladrón, defraudador, engañador. Pero lo más grave, resulta la ceguera ante tales hechos notorios e impunes.
Así pues, la Política (Sí, con mayúscula), nos permite ir transitando hacia una vida mejor, aunque, se debe exigir el cumplimiento del mandato, ése que significa haber dado el poder ciudadano, con nuestro voto, a cualquiera representante popular. Y hacerles saber muy claramente, que ese mandato no transmite la “propiedad” de nuestros derechos, de nuestra vida, de nuestro patrimonio –que no es sólo medible en dinero-, en suma: ¡Qué no pueden hacer lo que les venga en gana! Menos, cuando sus “decisiones” destruyen lo que tanto nos ha costado, y menos todavía, para que esos “políticos” y su mafia, sus familias, allegados o hasta simples lambiscones, se hagan ricos sin trabajar.
Ni modo que se necesite una revolución armada, sangrienta y devastadora, para que tales ciudadanos, por fin abran los ojos. No, por supuesto, hay otra forma muy simple: El voto electoral.
Ojalá que en conciencia, vayamos a votar. Que sepamos ejercer ese Poder Soberano y Constitucional. Sí, tenemos esa opción. Pero, por favor, dejemos de estar divididos y peor, sin conocimiento de causa. Basta ver y leer en redes sociales, tanta diatriba, tanto odio, tanta malicia, Unos defendiendo tal o cual facción política electorera, otros rompiendo sus vestiduras en contra. ¡Sin saber la médula! Se sigue con la engañifa. No debemos cerrar ojos, oídos y conciencia, para enaltecer pillos y vivales, de cualquier bando. Y no falta quien diga, pero no hay opción, se trata del sistema y en ese, todos son los mismos y van por lo mismo. En fin, hay que hacer la diferencia. Porque la “política”, está hasta en la sopa.
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