Erradicar el fanatismo a la luz del asistencialismo.

Erradicar el fanatismo a la luz del asistencialismo.



Andrés Manuel López Obrador y su grupo compacto de intereses creados, sí  lograron hacer historia, aunque los fanáticos intenten sentir la gloria de quien vive en palacio nacional sin saber de su existencia porque presumiría “ser estadista”. Hoy, el presidente dice que “matan más en Guanajuato que en Sinaloa”, una de las frases que seguramente presumirá Martí Batres en su nuevo libro «las frases de AMLO—pedagogía de la transformación». Lo único que llegué a ver, fue la transformación de los mismos políticos de siempre en seguidores fieles de AMLO a cambio de puestos y dádivas. 

¿Vale la pena seguir participando en un partido político que quedó secuestrado por intereses mezquinos y viles? 

Sí, hicieron historia, se incrementó la violencia. Sus fanáticos arremeten violentamente contra el que discrepe o evidencia la corrupción de su gobierno. Viene superando la cifra de doscientas mil víctimas de homicidios dolosos, el doble de lo que pasó en el sexenio de Felipe Calderón. La austeridad franciscana resultó endeudar al país en 6.6 billones de pesos. 

AMLO y su mafia, lograron hacer historia en incrementar sustancialmente la deuda del país, al doble de lo que pasó con Calderón, más que el propio Peña Nieto. Estos son los resultados de quien buscó hacer historia, pero a sabiendas de que la promesa de poder estar mejor, acabó en una mayor degradación de la vida pública y política y democrática del país. 

El adoctrinamiento ha producido una ceguera en las masas que respaldan con fervor la mentira, en un gobierno que no ha demostrado ser capaz, al contrario, marcan igual incompetencia, misma impunidad, incongruencias, desinformación.

En un momento crucial para México, hartos de los mismos partidos y de los mismos actores, era menester participar en la arena política, de un movimiento que prometía un importante avance, que parecía que no sería otro régimen gatopardista. México estaba harto de gobiernos del PRI y del PAN. Se prometía la integración de América, hoy deshecha, mucho en parte por crisis diplomáticas provocadas y generadas por el propio López Obrador, Argentina se ve lejos de México, y Estados Unidos de Norteamérica ve con preocupación que México queda bajo el yugo de narco gobiernos. 

En crisis como las de Acapulco, o Chalco, a los más pobres no les fue bien. Y la respuesta de la máxima autoridad ha sido poco empática, para resguardar su investidura. Aunque el gobierno ha incrementado año con año el presupuesto para los programas sociales como las pensiones del bienestar o las becas estudiantes, estas transferencias sociales no han podido menguar el nivel de pobreza extrema en el país. El gobierno arrancó con el 7% de la población en esta condición y cerró en 2022 en 7.1%, es decir, pasó de 8.7 millones a 9.1 millones de mexicanos. El último escalón en la tabla se elevó en 400 mil personas. ¿Podrán ser sostenibles los incrementos al salario mínimo en el siguiente sexenio o solo serán parte de la coyuntura? Si se trata de una coyuntura, hemos estado a merced de una de las mejores mentiras del gobierno. Bueno, la misma burbuja en la que se ha metido el presidente en el palacio nacional, parece contagiar a todos sus seguidores, fanáticos de un dogma político. 

En 2018, al menos más de 20 millones de mexicanos reportaron carencia en sanidad, y esta cifra se elevó a más de 50, 4 millones en 2022, un alza de más del 150% en cuatro años. Al rezago de salud habrá que sumarle un retroceso en el acceso a educación, y el Presidente López Obrador parece festejar más el fanatismo por el dogma político de su figura, que el de pugnar por la promoción del pensamiento crítico y de la pugna por una democracia que impulse la diversidad de actores con libre pensamiento, no sujetos a estar bajo la sombra de un solo individuo que ostenta con controlar arbitrariamente un partido político que le llevó al poder. 

Al inicio del sexenio, Coneval revela que unas 23, 5 millones de personas tenían rezago educativo y para 2022 se elevó a 25,1 millones. Más de 30 millones de personas de la población se sumaron a no tener servicios y accesos básicos.

A pesar de todo esto, el presidente López Obrador finalizó su sexenio con el grito tradicional por la independencia del país, festejando “a todos los mexicanos” pero festejando su movimiento, con el cual busca congraciarse en estar en la palestra de los inmortales luchadores sociales del país, como Hidalgo que no gobernó, como Morelos, que no gobernó, como Juárez que estuvo en guerra, como Zapata o Villa que estuvieron en guerra y que poco les interesaba sentarse en la silla presidencial, para no acabar mal como Porfirio Díaz que tuvo que irse lamentablemente del país para no ser factor de violencia en la búsqueda de transitar a un nuevo gobierno, después del ejercicio de su dictadura, cosa común en el mundo hasta que vinieron los movimientos revolucionarios marxistas. 

    El presidente grita que viva la independencia, pero también que viva su movimiento político, equiparándole con la independencia, la guerra de reforma y la revolución; y su propio movimiento político estuvo dividiendo a los mexicanos entre buenos y malos, entre quien acepta el reino del señor López y entre quienes le rechazan. Tal grito “de independencia”, porque México ahora parece depender de un dogma político—que me recordó lo que hizo Ángel Aguirre cuando tuvo la crisis de los asesinatos a los normalistas de Ayotzinapa en Guerrero, buscando con acarreados legitimar su participación política en el poder. López ha hecho lo mismo. Y prometió resolver la verdad histórica, y ahora dice que quedó a deber. 

Además de todo, López Obrador, en la tradición del Maximato, deja a todos los suyos, leales y confiables detrás y alrededor de Claudia Sheinbaum; y también deja el presunto ejercicio de su hijo para controlar al partido político, en caso de que le traicionen, hagan uso a medio término del sexenio, de la revocación de mandato, y entonces vaya otro que sea confiable al poder para resguardar intereses de grupo. Deja imperando su política entre buenos y malos, entre leales, lacayos, esquiroles y esbirros a su favor y entre quienes estén en contra, cuando en el propio movimiento se pugnó por fundarlo a través de principios de poder disentir, poder rebelarse y poder expresarse libremente ante desacuerdos, más cuando ostenten los que viven de los cargos, evidenciar su corrupción y su nepotismo y su tráfico de influencias. El pueblo quedó en demandárselos, y hoy, a través de su ejército de fanáticos del dogma, buscan callar toda crítica y señalamiento a sus oprobiosas manifestaciones de corrupción. 

Pero, al señor López se le olvida que millones de mexicanos le asignamos voto de confianza por un cambio para que fuese congruente, no mentiroso, ni tampoco ratero ni tampoco traicionero. Porque se le olvida los propios estatutos fundacionales del movimiento que pugnaban por el cambio pero sin hacer parte del nuevo gobierno a los que participaron con los regímenes anteriores. Y luego, al poco tiempo de que asumió el poder, se dedicaron en los congresos a pescar y premiar a todos los que hicieron campaña en contra, a los que más festejaban y colaboraron con los regímenes anteriores fueron premiados y muchos y cuántos, puedes ver, como los que llegaron a ser embajadores en España. Pues, los panistas hoy convertidos en morenistas, dicen ante cualquier señalamiento, ve y pregunta al presidente López del por qué mandó a su dirigente Mario a convencernos de pasarnos de este lado, pero negociando, control sobre el partido y reparto de utilidades, cargos y candidaturas. Pues el gran actor político del sexenio fue Enrique Peña Nieto, que salió amparado y cuidado por el propio López Obrador, haciendo de facto su amasiato (morena) con el PRI, desfondándolo como al PRD y al PAN, porque a todos esos actores los metieron en la bolsa de morena. Premiados con cargos, candidaturas y bien respetados, como Eruviel, Murat y ahora Yunes. 

Viva la cuarta transformación.


Erick Xavier Huerta S.


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